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Samuel Sánchez, Profesor ICREA, subdirector del Instituto de Bioingeniería de Catalunya (IBEC), cofundador y CEO de Nanobots Therapeutics
 16.07.2025

Samuel Sánchez, cofundador y CEO de Nanobots Therapeutics: “No todo lo que se hace en el laboratorio puede llegar al mercado. El reto es detectar aquel uno de cada mil que realmente tiene posibilidades”

Él mismo lo dice: le encanta meterse en líos. Y quizá por eso, los premios no dejan de llegarle. Ha batido dos récords Guinness por crear el jet más pequeño del mundo y ha recibido distinciones como el Premio MIT a Innovador menor de 35 años (2014), el Premio Fundación Princesa de Girona a la Investigación Científica (2015) y el Premio Nacional de Investigación al Talento Joven (2016). Actualmente, Samuel Sánchez es profesor ICREA, subdirector del Instituto de Bioingeniería de Cataluña (IBEC) y, con casi 200 publicaciones y 8 patentes en proceso, en el año 2023 fundó la spin-off del IBEC e ICREA, Nanobots Therapeutics.

A pesar de ser doctor en química, muy pronto orientaste tu carrera hacia la bioingeniería. ¿Crees que fueron los grandes avances en biomedicina de principios del siglo XXI los que, de alguna manera, influyeron en tu decisión?

Siempre tuve claro que quería estudiar bioquímica. La bioingeniería, en cambio, era un campo que desconocía, aunque hice la tesis sobre biosensores. La verdad es que he ido adaptando mi investigación a los lugares donde he estado, según el entorno y la infraestructura disponible. Empecé trabajando en biosensores porque mi objetivo era hacer bioquímica. Después, en Japón, me adentré de lleno en la nanotecnología, y más tarde, en Alemania, me centré más en física y materiales. En el Max Planck inicié mi camino en la nanorrobótica, y cuando llegué al IBEC me enfoqué en aplicar nuestra tecnología en biomedicina. No es que tuviera un plan muy claro, la verdad, más bien ha sido una mezcla de serendipia y de las oportunidades que han ido surgiendo. Lo más importante es que siempre he estado rodeado de grandes talentos y científicos, y eso ha sido clave para aprender y adaptarme. He aprendido de físicos, químicos, gente de materiales, biólogos y biólogas, y poco a poco me di cuenta de que lo que estábamos haciendo podía tener aplicaciones médicas. Una investigadora postdoctoral me dijo una frase que todavía uso quince años después: la ureasa se mueve con la urea, la urea está en la orina, la orina está en la vejiga, entonces, ¿por qué no lo usamos para el cáncer de vejiga? Además, coincidió que un familiar y un amigo padecen ese cáncer, y todo ello ayudó a tener motivaciones adicionales. Así que me lancé. Se trata de escuchar a la gente que tienes alrededor. Mis decisiones han estado influenciadas por cómo ha ido surgiendo todo, adaptándome y buscando cómo aprovechar la tecnología y los avances que se desarrollan en mi grupo.

Eres un referente en nanorrobótica, has recibido premios importantes y lideras un laboratorio y una spin-off. Desde tu experiencia, ¿cuál es el mayor reto, el científico o el empresarial?

Creo que es más complicado tener una tecnología que realmente pueda trasladarse a la clínica y llegar al mercado. La ciencia, si te rodeas de buena gente y tienes una idea innovadora, al final da frutos. El verdadero reto es diseccionar qué tiene tu investigación para que pueda ser accesible para el paciente. El proceso de escalado, la regulación y conseguir el consenso de clínicos, inversores y abogados es algo de lo que aprendo cada día, y es emocionante. Como científico, es un sueño que lo que haces pueda traducirse en un ensayo clínico con humanos. Como emprendedor, el sueño es que lo que haces llegue al mercado o que alguien lo compre. Pero no todo lo que se hace en el laboratorio puede convertirse en un producto. El reto es detectar, entre todo lo que hacemos, aquel uno entre mil (o menos) que realmente tiene posibilidades.

Buena parte de tu investigación se centra en el tratamiento del cáncer, y ya habéis logrado avances significativos en modelos animales para el cáncer de vejiga. ¿Cuáles son los principales retos para llevar los nanobots del laboratorio hasta el paciente?

Los grandes retos ahora ya no son científicos, sino todo lo que viene después. Convertir una tecnología innovadora en un tratamiento real implica superar barreras de fabricación, regulación, inversión y acceso al mercado. Tenemos una tecnología disruptiva, capaz de reducir un tumor en un 90% con una sola dosis, algo sin precedentes, pero las preguntas clave son otras: ¿Quién lo pagará? ¿Habrá inversores dispuestos a apostar por algo tan innovador? ¿Los clínicos lo adoptarán? ¿Qué dirán las agencias reguladoras? En el laboratorio funciona, pero necesitamos una empresa que lo escale con GMPs y que se encargue del control de calidad, porque lo que hacemos aquí no puede ir directamente a la clínica, siempre hay un paso intermedio. ¿Y todo eso, qué necesita? Dinero. Es aquí donde entras en lo que se llama el Valle de la Muerte, porque tienes una tecnología potente, pero sin inversión suficiente, no avanzas. El año pasado cerramos un total de 3,3 millones, pero sabemos que para completar los ensayos y llegar a la clínica, necesitamos multiplicar esa cifra.

Muchos se imaginan los nanobots como diminutos robots que viajan por el cuerpo para tratar enfermedades. Incluso tú los describes como “pequeños submarinos”. En la práctica, ¿qué se necesita para garantizar su seguridad en pacientes?

Lo que realmente hacemos son nanomotores, porque nuestra tecnología convierte energía química en movimiento; y eso es, por definición, un nanomotor. El primer requisito es la simplicidad, porque a nivel regulador, cualquier sistema demasiado complejo tiene pocas posibilidades de ser aceptado. Cuando hablas con los reguladores, la reacción suele ser inmediata: “vuestro nanobot es muy complicado”. Y eso que solo tiene tres componentes: una partícula, una enzima como motor de propulsión y un fármaco. Aunque el fármaco esté aprobado, hay que demostrar que el nanobot es biocompatible y que tanto la enzima como la partícula no generan ningún efecto adverso en el organismo, es decir, que actúan únicamente como excipientes.

Actualmente, estáis obteniendo resultados prometedores en fases preclínicas con modelos animales para el tratamiento del cáncer de vejiga. ¿Cuándo creéis que podréis dar el salto a los ensayos clínicos con humanos?

Nos falta un año y medio o, como mucho, dos años para terminar la fase preclínica y pasar a la fase clínica. Pensamos que hacia finales de 2026 podremos haber completado la preclínica.

La tecnología de Nanobots Therapeutics mejora la administración y la penetración del fármaco en los tejidos. ¿Podría ser una oportunidad para tratar enfermedades que actualmente no tienen tratamiento?

Sí, esta es justamente la parte en la que está trabajando mi grupo en el IBEC. Entre 2021 y 2024 empezamos a entender que los nanobots no solo se desplazan, sino que también pueden atravesar barreras biológicas, lo que supone un gran avance en nanomedicina. Este es uno de los principales retos del campo: superar los obstáculos que rodean a los tumores y las células para hacer el tratamiento más eficaz. En el caso del cáncer de pulmón, de mama o de ovario, existen mucosas que los protegen y, a la vez, hacen que los fármacos se queden en la parte exterior y no penetren. Pero los nanobots pueden perforar y atravesar esas mucosas, así que ya estamos trabajando con otras indicaciones donde también podría funcionar, como tratamientos para la rodilla, el ojo, el colon y la piel. Estamos abriendo estas líneas de investigación y creo que en unos cuatro años estaremos en condiciones de elegir cuál será la siguiente indicación.

Desde tu experiencia como CEO de Nanobots Therapeutics, ¿qué papel juegan las colaboraciones con otras instituciones y la inversión privada en el desarrollo de esta tecnología? ¿Consideras que es un campo atractivo para la inversión?

Creo que tenemos una tecnología versátil que suele generar interés, y detrás hay un gran equipo trabajando en ello. Para validar la necesidad médica no cubierta que planteamos en nuestra prueba de concepto —el cáncer de vejiga—, así como los próximos pasos, contamos con el apoyo de nuestro Clinical Advisory Board, con expertos uroncólogos. También tenemos colaboraciones muy estrechas con el CIC biomaGUNE, el IRB y la UAB, además de asesores en CMC como LeanBio, en regulación… Algunos de estos contactos están en el PCB, y es fantástico tenerlos tan cerca. Porque no se puede saber de todo, y es importante rodearse del mejor talento. Actualmente, contamos con fondos públicos y privados (aproximadamente un tercio y dos tercios del total, respectivamente), y estamos avanzando con nuestro candidato para obtener los datos in vivo que nos permitan dar el paso hacia la preclínica regulatoria con seguridad. Estamos en contacto con los principales fondos de inversión locales y con un número creciente de fondos internacionales, y en paralelo estamos estableciendo contactos con farmacéuticas a las que nuestra tecnología puede ayudar a ser más eficientes.

Después de haber trabajado en varios laboratorios y universidades de todo el mundo, decidiste establecerte en Barcelona. ¿Qué hace único a nuestro ecosistema científico?

El PCB «is the place to be». En mi laboratorio no tenemos nada que envidiar a lo que teníamos en el Leibniz o el Max Planck: contamos con una infraestructura de alto nivel y un ambiente muy bueno. Además de otros colaboradores excelentes, no habríamos conseguido el artículo en Nature Nanotechnology del año pasado sin conocer a Julien Colombelli, del IRB Barcelona. Gracias a él, dimos un gran salto en técnicas de imagen. Encontrarte con alguien que tiene técnicas complementarias a las tuyas hace que quieras quedarte y valores mucho más la importancia del ecosistema. En el ámbito emprendedor, es fácil conocer a los compañeros y te das cuenta de que es un mundo pequeño y con buen ambiente. Me gusta que enseguida aprendes de los demás y participas en los eventos que se organizan aquí. Todo esto gracias a estar en el PCB.

En 2024 ganaste un récord Guinness por haber creado el motor de reacción más pequeño del mundo. Aunque es un reconocimiento poco habitual para un investigador, ¿crees que también refleja el gran potencial de la nanociencia?

Tenemos dos récords Guinness, uno de 2010 y otro de 2016. El primero llegó gracias a un estudiante de doctorado que tenía ese año; fue él quien tuvo la idea de presentarnos. Pero lo que más nos costó fue encontrar la definición de lo que estábamos presentando, y pensamos: al final, no deja de ser una turbina, es un jet. Así que, en ese momento, el más grande del mundo era el del Boeing 777, y el más pequeño, el nuestro. El segundo llegó en 2016 y era tres veces más pequeño. Es decir, el primero tenía 600 nanómetros de diámetro y el segundo, 220 nanómetros. Es curioso, porque a veces lo pienso y me digo: ¡quizás soy de las pocas personas que tiene un récord Guinness… y sin ser tan friki!

Finalmente, en el PCB contamos con el programa RESSÒ – Recerca en Societat, dedicado a la divulgación y al fomento de vocaciones científicas entre los jóvenes. En el IBEC también lleváis a cabo iniciativas similares. ¿Cómo valoras este tipo de programas? ¿Siguen siendo necesarios o crees que la ciencia ya resulta suficientemente atractiva para los jóvenes?

Desde que llegué a Barcelona en 2015, he estado muy involucrado en iniciativas de divulgación científica, tanto con el IBEC como con la Fundación Catalana para la Investigación, la Fundación La Pedrera y otras. Para mí es fundamental. Recuerdo especialmente una en 2015 en la Dolors Aleu, a la que asistieron familiares, amigos y algunos estudiantes, y uno de ellos terminó haciendo el doctorado conmigo y otro se convirtió en socio mío en la empresa años después. Es crucial llegar a la sociedad para mostrar tanto lo que hacemos en investigación como lo que están haciendo las empresas emergentes. En cuanto a las vocaciones científicas, veo una clara bipolarización: por un lado, quienes lo hacen por amor a la ciencia básica, que son dos de cada diez estudiantes, y por otro, aquellos que buscan aplicaciones concretas. Ahora llegan y te dicen que quieren buscar aplicaciones en cáncer de mama o en cáncer de pulmón. La mayoría se enfoca en ese “para qué” más que en el “por qué”, y eso es lo que marca una tendencia que antes no veía tanto. Es bueno, pero no hay que olvidar la ciencia fundamental.